La Asunción de ayer consistió en el festejo de la minoría, unos centenares de patrones disfrazados de gauchos con sus caballos traídos para la ocasión y algún capataz más dócil y alcahuete festejando la pérdida de sus derechos conquistados.

Lacalle hizo todo para tener su fiesta personal, pisoteó la diplomacia invitando solo a los presidentes de su agrado y cambiando invitaciones institucionales por personales, el cierre del palacio a la prensa para devolver el favor a los grandes medios que le hicieron campaña y el maltrato al gobierno saliente, haciendo que por ejemplo, el gabinete saliente no tuviera sillas designadas en la ceremonia de la Plaza Independencia.

Lo que no pudo lograr es lo obvio, el cariño popular no hay protocolo que lo incluya, un coro del Sodre que en los pasillos se hizo el tiempo para cantarle a Pepe y a Lucia, luego de entonar el himno con la soprano partidaria y falsa exiliada. Unas decenas de personas alrededor del Palacio que de pueblo no tenían nada, para muestra el hecho de que saludaron a Bolsonaro como a una estrella de Rombai.

Y los jinetes que se robaron la atención, algunos centenares de caballos que se usaron para disimular el hecho de que por la Libertador había más gente repudiando el hecho de que Uruguay haya elegido un Presidente que nunca armó un Currículum que festejando su asunción.

Y esa autoproclamada élite, pichis del escenario global, más allá de los Miles de dólares que puedan tener, limpios o no, hizo lo que quiso en la capital.

La Asuncion anunció perfectamente lo que será el gobierno, un grupo de amigos, los principales medios y nada de pueblo organizando la fiesta para ellos.