Isa Ferrero, activista de derechos humanos especializado en la crisis humanitaria que se vive en Yemen y autor del libro “Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen” nos deja este artículo sobre la terrible situación que se vive en un país asfixiado por las élites políticas de occidente y sauditas.
La guerra de Yemen está revelando la más absoluta inmoralidad de los gobernantes occidentales. Dentro del discurso oficial difundido por los medios de comunicación podemos escuchar que los países democráticos velan por los derechos humanos y las libertades de la gente. Este discurso aparte de ser un cuento pretende camuflar todos los crímenes que nuestros líderes cometen o ayudan a cometer. El caso de Yemen es bastante claro.
Durante años, Yemen fue un país al que no le importaba a nadie. Esto dejó de ser así cuando el presidente Bush lanzó una «campaña contra el terrorismo» después de los terroríficos atentados del 11 de septiembre. La respuesta de Bush fue emplear el terrorismo estadounidense por todo Oriente Próximo. Era el sueño hecho realidad de Bin Laden donde Estados Unidos, con los neoconservadores en el gobierno, libraron una cruzada que tendría resultados catastróficos.
Desde ese momento, Yemen sufrió el terrorismo occidental en primera persona. Yemen fue uno de los países elegidos para librar una campaña de asesinatos selectivos conocido como «The Drone Campaign» con el objetivo de acabar con los yihadistas. Sin embargo, esto sería otro cuento porque muchos de los daños colaterales lo recibirían la población civil.
Estos asesinatos apenan inquietaban a la opinión pública. De vez en cuando se escuchaba algún comentario disidente, pero nada que pudiera inquietar al poder. Los medios de comunicación volvieron a hablar de Yemen una década después cuando las manifestaciones democráticas de la primavera árabe propiciaron la marcha del corrupto Ali Abdullah Saleh. Con su marcha se inició un proceso de transición democrática que estuvo liderado por el que fuera su vicepresidente, Abd Rabbo Mansur Hadi. No obstante, la opinión pública olvidó mencionar que mientras el país se dirigía hacia la democracia —una democracia domesticada por los intereses saudíes— Estados Unidos seguía asesinando a gente inocente con el visto bueno de sus aliados europeos.
De hecho, los crímenes del imperialismo estadounidense se intensificaron durante el proceso de transición en el que Yemen se jugaba convertirse en una democracia. Barack Obama, que recibió un premio nobel de la paz por lo ejemplar que era, decidió que era el momento de aumentar los actos de terrorismo estadounidense. En el año 2012, primer año del gobierno de Hadi, Estados Unidos asesinó a más de 200 personas como mínimo según el TBIJ. La razón era que había que debilitar al movimiento yihadista después de que las guerras de Irak y de Afganistán libradas por George W. Bush hubiesen dado un impulso decisivo al terrorismo islámico.
Por otro lado, la comunidad internacional siguió olvidando a Yemen. Le había prometido ayudas cuantiosas al nuevo gobierno, pero antes debía someterse a las normas neoliberales que rigen el mundo. Este factor unido a otros muchos como la resistencia de Saleh a dejar el poder y el oportunismo de los hutíes en aprovecharse del caos, provocó que el gobierno de Hadi fracasara y que los hutíes consiguieran dar un golpe de Estado.

Es la hipocresía de Occidente. Las potencias occidentales habían dejado caer al gobierno de Hadi, pero inmediatamente parecían preocuparse por la caída a los infiernos del país después de que los hutíes se hicieran con el poder. Es verdad que la democracia que impuso Arabia Saudita a Yemen era mil veces preferible a que Saleh siguiese gobernando o que los hutíes se hicieran con el poder, pero el fracaso del proceso de transición democrática era ya una realidad debido a lo que acabamos de comentar. Era necesario un diálogo y un compromiso de todas las partes para reconducir la situación. Sin embargo, la belicosidad de los hutíes que se iban expandiendo por todo el país y la falta de miras de Hadi, que pidió la intervención saudita, desencadenaron la tragedia. De esta manera, a finales de marzo de 2015, Arabia Saudita y sus aliados regionales lanzaron una intervención militar que se preveía desde el principio catastrófica, como aseguró uno de los hombres claves de Obama para Oriente Medio, Robert Malley.
Esta intervención sanguinaria vino acompañada de un bloqueo por tierra, mar y aire que buscó matar de hambre y de enfermedades a la población yemení desde el principio y que es un claro crimen de guerra como denunció Human Right Watch.
El comportamiento de los países occidentales fue lamentable. Prácticamente todos apoyaron diplomáticamente la intervención militar saudita, pero, como siempre, dos países lideraron la bajeza moral de Occidente y fueron los encargados de ayudar a perpetrar los crímenes de guerra continuos contra los yemeníes: Estados Unidos y Reino Unido. Estos países, que llevan años y años armando a los saudíes con el otro cuento de que el material suministrado es para asegurar la paz y estabilidad de la región, se metieron de lleno en el campo de batalla y empezaron a dar ayuda logística y tecnológica a sus camaradas saudíes. Estados Unidos y Reino Unidos prestaban ayuda de asesoría en cómo debían ejecutarse los infernales crímenes a los que fue sometido el pueblo yemení.

Foto: Henry Nicholls / Reuters
Mientras, los países occidentales (incluido estos dos países) siguieron suministrando masivamente armas para que la Coalición militar saudí siguiera masacrando el país. La explicación es que comerciar con el señor de la guerra genera grandes beneficios y que decenas de miles de millones de euros fueron a parar a las grandes corporaciones. Daba igual que las ONG y las organizaciones humanitarias criticaran incansablemente lo que estaba pasando que para los gobiernos capitalistas lo más importante era asegurar sus negocios.
Las consecuencias de este silencio y esta colaboración es que a día de hoy siga una guerra que ha matado a más de 250 mil personas y que va camino de matar a 480 mil personas para 2022 según la seria estimación que hizo el Pardee Center en abril de 2019. Sin embargo, esta lamentable actuación va mucho más allá. Ya no sólo es que los países occidentales hayan ayudado a cometer los crímenes, que hayan callado ante los billetes que el señor de la guerra le ha brindado y que no hayan presionado lo suficiente para alcanzar la paz, sino que tampoco están prestando la ayuda humanitaria necesaria para aliviar la peor crisis humanitaria del mundo, como exige la ONU.
Para colmo, el único país que está donando dinero a Yemen es Arabia Saudita. Lo hace por una sencilla razón: quiere lavar su imagen para así decirle al mundo que es un régimen comprometido con los derechos humanos. De alguna manera, lo consigue. En el verano de 2016, gracias a sus presiones consiguió que las Naciones Unidas lo retiraran de una lista de negra países que dañan a la infancia. Los sauditas amenazaron con retirar sus fondos y la ONU se vio obligada a elegir entre seguir manteniendo a Arabia Saudita en la lista o que niños murieran si Arabia Saudita retirara sus fondos. Ban Ki-moon finalmente accedió y retiró a Arabia Saudita de la lista negra y calificó acto seguido su decisión como una de las «más dolorosas y difíciles» de su vida.
Cuatro después, la guerra sigue y la historia se repite. Occidente ha sido incapaz de destinar los fondos necesarios para aliviar la trágica situación que vive Yemen, lo que le ha permitido a Arabia Saudita presumir de que está comprometida con lo que ocurre en Yemen. Las Naciones Unidas, esta vez con Antonio Guterres al mando, vuelven a ser compradas por el dinero saudí y sacan a Arabia Saudita de una lista negra sobre países que asesinan a niños el mismo día en el que mueren 4 niños. Pero claro, de esto no nos enteramos. Los negocios que tenemos con la Casa Real Saudita permiten que nuestras élites sigan callando ante la barbarie. Los medios de comunicación colaboran y los políticos callan porque hablar significaría admitir que el sistema económico y político actual es incompatible con los derechos humanos. Sería admitir también que ellos se comportan como traficantes de armas que juegan con la vida de inocentes. Traficantes que no tienen reparos en mantener tratos con el señor de la guerra en la peor crisis humanitaria donde han muerto más de 250 mil personas.